Rioseco, un monasterio viajero


El monasterio de Santa María de Rioseco, se encuentra situado al comienzo del valle de Manzanedo, en una altura que domina al Ebro, junto a la carretera que asciende hasta San Martín del Rojo.
Estuvo habitado durante siglos por “monjes blancos” de la Orden del Císter, llamados así por su indumentaria, por contraposición a los monjes cluniacenses, conocidos como “monjes negros”.
Pero no siempre estuvo ubicado donde hoy lo contemplamos. Su primer establecimiento fue en Quintanajuar, entre Cernégula y Masa. En 1135, el rey Alfonso VII “el emperador” entregó el monasterio de Quintanajuar al monje Cristóbal, sobre el que los estudiosos no se ponen de acuerdo en si era ya un “monje blanco”.
El rey Alfonso VIII deseaba pacificar la frontera de Castilla con Navarra, por eso les ofrece donaciones a los monjes de Quintanajuar si se trasladan a San Cipriano Montes de Oca en La Rioja, lugar al que se van en 1184. Pero en Montes de Oca no les gusta vivir, motivo por el que en los años siguientes fueron adquiriendo -bien mediante donaciones o mediante compras- terrenos en el Valle de Manzanedo. Por ello en 1204, los monjes se mudan a Rioseco, sin comunicárselo al Capítulo General de la Orden y con el desagrado del rey. Por esta decisión el abad fue destituido.
Pero no se ubicaron en su actual localización, puesto que ese terreno era de los Velasco, señores de Medina de Pomar, sino junto a un arroyo que nace en Fuente Humorera y vierte sus aguas en el Ebro.
Con la compra del terreno a los Velasco, la disculpa de una inundación que “destruyó” el monasterio primitivo y el beneplácito, esta vez, del Capítulo General, se trasladaron en 1236 definitivamente al que sería su último y definitivo emplazamiento.

El coto redondo de Rioseco


Los monasterios cistercienses supusieron un incipiente renacimiento cultural por su proyección espiritual inseparable de su proyecto de transformación político-social.
La comunidad cisterciense estaba perfectamente estratificada, conviviendo los monjes “oradores” o letrados y los legos o “conversos” que se ocupaban del trabajo en las granjas.
En sus mejores momentos Rioseco debió contar aproximadamente con una comunidad de 100 personas, de las que 25 serían monjes y el resto conversos, novicios y criados.
En el recinto monástico estaban las dependencias de los monjes y separadas de estas la hospedería -donde se alojaban los viajeros- y el hospital, donde se cuidaba de los enfermos pobres. Asimismo los monjes se ocupaban de los indigentes que acudían al monasterio en busca de limosna, comida o ropa.
Fuera del convento se encontraban las familias que trabajaban en las granjas, ventas, molinos, y batanes.
Las granjas, molinos, batanes y ventas que formaban el coto redondo del monasterio de Rioseco eran: las ventas de los Hocinos y Manzanedillo, los molinos de Congosto, Bailera, Tollo y Cueva de Manzanedo, parte del pueblo de Remolino y las granjas de La Helechosa, San Cristóbal, Retuerto, Robledo, Fuente Humorera y Casabal.
Es importante recordar que los monjes de Rioseco crearon una explotación agrícola modélica, imponiendo en el Valle de Manzanedo los cultivos de trigo, viñedos y lino. También introdujeron los frutales en el Valle.
Destacó su plan ganadero, de ahí la importancia para los monjes de prados y bosques. Su cabaña ganadera llegó a contar con 2.000 cabezas de ovejas y en el Catastro del Marqués de la Ensenada se recoge que en su coto redondo había 200 carneros, 16 vacas, 70 cabras, 31 chivos y 12 cerdos. La importancia de su plan hidráulico justifica la elección de situar el monasterio junto al río Ebro.

Los siglos XIX y XX.
Abandono y expolio


El siglo XIX comenzó mal para el monasterio. Con la guerra de la Independencia los soldados franceses embargaron gran parte de los granos que almacenaban en la Cilla. Los monjes fueron obligados a exclaustrarse desde 1809 hasta junio de 1814, fecha en la que con la vuelta del absolutista Fernando VII a España pudieron regresar a Rioseco. Durante el Trienio Liberal (1820-1823) fueron de nuevo exclaustrados y salieron a pública subasta algunas de las propiedades del monasterio. Tuvieron especial aceptación y buena venta los molinos. De nuevo una orden de Fernando VII tras el fin de la revuelta liberal les devolverá al monasterio.
En 1835 la ley desamortizadora de Mendizábal -que permitía la venta de los bienes monásticos- puso fin al monasterio, siendo su último abad, Julián Barbillo.
El 6 de noviembre de 1835 se procedió a la venta del monasterio. Años después, Francisco Arquiaga, comisario provincial de la subasta se quedó con él por el precio de salida, al no haber interés entre el público para adquirir este inmueble, pues, debido a las vicisitudes de los últimos años, se encontraba ya en ruinas.
Arquiaga, desde el primer momento cedió la iglesia al arzobispado de Burgos, convirtiéndose desde entonces en parroquia de las granjas del monasterio.
A partir de la desamortización, la desidia, el olvido y el expolio convirtieron poco a poco al que fue un hermoso monasterio en unas peligrosas ruinas, motivo por el que en la década de los cincuenta los nietos de su comprador donaron las ruinas del cenobio al arzobispado de Burgos, su actual propietario.
En la década de los sesenta la iglesia seguía en uso, prueba de ello es que en 1964 se celebró allí la última boda, la de Adelaida da Silva Rodríguez y Eduardo Peña Cuesta. Pero en la década de los setenta, poco a poco la iglesia inició su camino hacia la ruina y el olvido.

El monasterio.
Etapas constructivas


Resulta difícil y complicado realizar una precisa reconstrucción de las etapas constructivas del monasterio de Rioseco, porque ha sufrido constantes remodelaciones, y, sobre todo, por el estado de degradación y ruina en el que se encontraba sumido.

No obstante existen tres períodos muy diferenciados:

Periodo de creación,  o cisterciense 

Podemos situarlo hacia el siglo XIII-XIV, al que corresponde la iglesia del monasterio. Sabemos que en este primer momento constructivo existió un claustro y una sala capitular diferentes a las que conocemos hoy en día.
La arquitectura cisterciense se caracterizaba por la sobriedad ornamental, evidente en los canecillos del lado norte de la iglesia, que se decoran con motivos geométricos y en los capiteles de las columnas con sencillos motivos vegetales. Las iglesias se llenaban de luz blanca a través del apuntado ventanal de la cabecera y de las ventanas que se abrían en el lado sur de la iglesia, que en este primer momento constructivo se abrían sobre el claustro de una única altura.

Etapa Renacentista

La fechamos en el siglo XVI. Durante este período de florecimiento económico para el monasterio se emprende un importante número de obras, entre las que citaremos el comienzo de la Sala Capitular y alguna otra dependencia, así como la contratación de la obra del claustro y sus trazas con Juan de Naveda.

Etapa Barroca

Comienza al iniciarse el siglo XVII, prolongándose hasta la centuria siguiente. Es el momento en el que se construye el actual claustro -en una de cuyas piedras aparece grabada la fecha del año 1637- . Barrocos serán algunos otros elementos que vemos distribuidos a lo largo de todo el monasterio y la inmensa mayoría de dependencias del Monasterio a las que se accede desde el final de la panda de la sala capitular, actualmente la zona más arruinada del conjunto monacal. A partir de esta fecha, se acometen importantes obras en el interior de la iglesia, donde además de puertas y decoraciones en molduras y cornisas merecen ser destacados los dos arcos en esviaje que comunican las capillas laterales de la cabecera con la principal. En el claustro se realiza la dependencia cubierta con bóveda de terceletes que identificamos como Cilla.
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